El Mahabharata cuenta cómo el sabio Bhrigu tenía una bella esposa llamada Puloma, la cual estaba embarazada. Puloma era hija de un rey y al principio había sido prometida a un rakshasa, un demonio de los bosques, pero ella amaba a Bhrigu, por lo cual el rey acabó cambiando de opinión.
Un día el demonio llegó a la ermita de Bhrigu en ausencia de éste. Su mujer, Puloma estaba sola, y decidió secuestrarla. Tomó a Puloma a la fuerza, pero antes de salir de la ermita encontró el fuego del sacrificio encendido. En aquellos tiempos, los brahmanes debían mantener un fuego ritual en sus casas llamado Grhapatya. El demonio le preguntó a Agni, dios del fuego, que respondiera honestamente si Puloma era la esposa de Bhrigu por derecho. La intención del demonio con ello era que Agni identificara a Puloma, ya que poco le importaba si era esposa suya o del sabio. Agni dijo: “ciertamente Puloma te fue prometida antes a ti, pero fue con Bhrigu con quien casó mediante el ritual védico, y a quien ama, por lo tanto es su esposa”.
El rakshasa se transformó en un jabalí y se llevó a Puloma en su grupa. En mitad del camino, dio a luz. El niño cayó a tierra, pero no era un recién nacido común. Era el hijo de un sabio brahmán, y con su mirada, redujo al demonio a cenizas.
Cuando Bhrigu regresó encontró a su mujer e hijo, quienes le relataron lo ocurrido. Bhrigu dijo “¿cómo el demonio pudo saber quién eras? Ha pasado mucho tiempo”. Cuando supo que Agni la delató, lo maldijo, diciendo: “a partir de ahora comerás cualquier cosa, sea lo que sea”. Agni, siendo la boca de los dioses, jamás puede faltar a la verdad, por ello delató a Puloma, así se sintió injustamente maldecido, y se retiró de todos los lugares donde ardía.
Sin el fuego, los brahmanes no podían llevar a cabo el sacrificio védico que producía las lluvias. Los brahmanes alimentaban a los dioses a través de las ofrendas al fuego, y éstos como gratitud derramaban la lluvia. Sin fuego, nada de esto era posible, y el mundo quedaría arruinado. Entonces Bhrigu, invocó a Agni y le dijo: “ciertamente que comerás cualquier cosa. Pero no serás ensuciado por ello ni tu pureza se desvanecerá; antes bien, aquello que caiga en tus fauces será inmediatamente purificado”. Agni quedó contento con lo dicho, y regresó a sus lugares de trabajo.
Así ejemplifica la Escritura que aquél que se refugia en la verdad, jamás es manchado por el mal, ni aunque se vea envuelto en litigios o asuntos turbios.
Shloka:
Agnim īle purohitaṃ
yajñasya devam ṛtvijam
hotāraṃ ratnadhāmam
Glorifico a Agni, el divino, el sacerdote, ministro del sacrificio, el que ofrenda, dador supremo del tesoro.
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